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PRÓLOGO DEL LIBRO: EL MUNDO ERA UNA BRUMA Detrás del silencio: la poética de una gran cuentista


El cuento es conflicto. Voluntades enfrentadas, alteraciones intempestivas del equilibrio, fisuras que se abren entre las relaciones humanas, seres moviéndose en algún límite. En la mayoría de los casos —y esto hay que decirlo en susurros— el escritor no elige los conflictos solo por vocación artística, por mera necesidad del oficio, sino que estos vienen a su encuentro dependiendo del lugar moral en donde el creador se ubique. Desde ahí, desde ese lugar preciso en el cual se cuecen las preocupaciones, el cuentista avista lo que serán las semillas de sus cuentos. Cuando no un cuento, sino varios, se ven cruzados por una misma línea del conflicto, se puede asumir que lo que hay allí no es una elección al azar, sino un algo más literario, una vocación creativa llamada poética, una idea poderosa que se levanta en torno a un lugar, un tiempo y una noción del ser humano. Esto, justamente, es lo que se advierte en estas piezas maestras del género breve que escribe Annie. Ella sabe que el encanto de los conflictos no reside en la aparatosidad ni la truculencia de los mismos, sino en ese sitio aterrador en el que una sutil presencia sobresalta algún tipo de tranquilidad no advertida por el protagonista. Por eso, la presencia del mayor, en el primero de los cuentos, adquiere su verdadera dimensión no bajo la apariencia grotesca del esperpento que amenaza con la retórica del poder —lo cual hubiera sido muy obvio—, sino en esa suerte de pasos cortos con que se acerca a lo trágico de una mujer y un par de niñas inocentes y desamparadas para cumplir con una voluntad impuesta por una especie de deus ex machina. Igual ocurre en otro de los cuentos en los que la vindicación sobreviene cuando alguien, a nombre de las víctimas de lo injusto, aparece de improviso y cumple el papel sagrado de las Erinias mientras el pueblo, a la usanza del coro griego, murmura, sonrisa a bordo, cuando la cuenta ha sido saldada. Algo similar sucede cuando ya no es lo trágico lo que sobreviene, sino que toda la tensión se agolpa en el temor por la revelación de lo trágico, como en alguno de los cuentos magistrales de Cortázar en el que la mentira, a punto de confesarse, toma el carácter de conflicto, y entonces la verdad, ubicada en el centro del interés, es apenas bordeada porque lo mejor es dejar que el destino se encargue de las revelaciones cuando los seres humanos son incapaces de expresarlas. Y esta particular y bella poética construida por Annie, completa sus virtudes a partir de una prosa escueta, sin ambages, llena de sugerencias, si acaso con la retórica contenida de un dolor que de tan seco y punzante no alcanza a decirse sino a insinuarse. Porque ella sabe que al creador le compete la misión de generar los dramas, de escogerlos entre tantos, de poner a sus personajes a palpitar, a relacionarse entre tensiones, y es el lector el que cierra el círculo de lo insinuado. Y a esto ayuda, por supuesto, grandemente, el que ella seleccione el ambiente rural como escenario de las acciones, y desde este escenario pueble sus historias con personajes agrestes, silenciosos, que aún ante las amenazas latentes sean incapaces de lanzar un solo grito, como si, inclusive, el miedo hubiera sido abolido como posibilidad de comunicación. A veces, el silencio no siempre es sinónimo de tranquilidad y sosiego, no presagia la ausencia de lo turbio. A veces, por algún intersticio de ese silencio una palabra se cuela y es suficiente para enterarnos de que algo no andaba bien y por eso las palabras escaseaban. Entren a este lugar literario vital creado por Annie, entérense de lo que la vida esconde cuando lo que se ve, antes de correr el velo, tiene la cara del reposo.


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